miércoles, 2 de junio de 2010

Si lo dijo Einstein...


"La imaginación
vale más
que el conocimiento"

4 comentarios:

  1. Es necesario reflexionar profundamente sobre los efectos secundarios del sistema educativo. Una cosa es lo que se pretende y otra lo que realmente se consigue con el paso de los estudiantes por la escuela. Decía Kant, con evidente ironía y despiadada injusticia, que lo más importante que aprenden los alumnos en la escuela es a estar sentados.
    El curriculum oculto actúa de forma subrepticia (ocultamente), persistente (sin interrupción) y omnímoda (de infinitas maneras). Por eso resulta difícil defenderse de sus efectos perniciosos. Y ser consciente de los positivos. Además de los contenidos del curriculum explícito, los alumnos aprenden, por ejemplo, que sólo hay que estudiar cuando van a realizar un examen. Lo pueden comprobar fácilmente los padres si preguntan a los hijos una tarde:
    - ¿Tienes algo que estudiar hoy?
    Si el chico responde con plena convicción que no, es que al día siguiente no va a realizar un examen. Porque ha aprendido –sin que nadie se lo pretenda enseñar– que sólo se estudia cuando se lo van a preguntar.
    Aprenden también que sólo hay que estudiar lo que va a ser objeto de examen. Lo demás no merece la pena ser leído y, menos, ser aprendido. ¿Para qué? Los alumnos se dicen con énfasis unos a otros:
    - No leas eso, que no entra. Dijo el profesor que la letra pequeña no contaba para el examen.
    Aprenden que hay una respuesta única. Y que esa respuesta correcta es la que está en el libro y la que demanda el profesor. No vale ninguna otra. Y menos si es inventada. Y, como consecuencia, aprenden que sólo dominando esa respuesta y repitiéndola fielmente van a tener éxito.
    Aprenden, por ejemplo, que no hay que preguntar y que, de hacerlo, hay que preparar adecuadamente la cuestión que se plantea. Porque, de lo contrario, uno se arriesga a ser ridiculizado o menospreciado.

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  2. Los efectos secundarios del sistema son, a veces, más poderosos que los efectos pretendidos. Pongo como ejemplo los efectos secundarios de algunos medicamentos. Puede ser que te curen el mal que padeces, pero pueden ser el origen de otros males mayores insospechados o previstos. Recuerdo que, hace años, tuve un pequeño eccema en el cuello. Consulté a un amigo médico que me dijo:
    - No tiene importancia. No hace falta que trates el eccema. Se curará sólo. Y añadió:
    - Bueno, si quieres, ponte “gelidina”, que es una pomada suave, incolora, que te aliviará y te ayudará.
    Leí en el prospecto los efectos secundarios que tenía el medicamento. y que reproduzco a continuación: En caso de aplicación reiterada de corticoides tópicos se ha descrito la siguiente aparición de efectos secundarios locales: Quemazón, picor, irritación, sequedad, foliculitis, hipertricosis erupciones acneiformes, hipopigmentación, dermatitis perioral, dermatitis alérgica de contacto, maceración dérmica, infección secundaria, atrofia cutánea, estrias, miliaria.
    Como comprenderá el lector, tiré la pomada a la papelera porque pensé que era mejor seguir con el eccema de por vida que arriesgarme a que me cayeran dos o tres de esos extraños efectos que ni siquiera sé en qué consisten.

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  3. El problema de los alumnos de enseñanza obligatoria es que tienen que ponerse la gelidina quieran o no. Y el de los alumnos de otros niveles es que no pueden dejar de ponerse la gelidina porque pasar por el sistema educativo es una necesidad de quienes desean obtener alguna titulación que facilite el acceso al trabajo.
    A fuerza de estar sentados uno tras otro ante el profesor, aprenden que no tienen nada que compartir unos con otros, que nada pueden aportarse unos a otros.
    A fuerza de recibir un curriculum estructurado, organizado y desarrollado sin que les corresponda otro papel que el de meros receptores, les hace pensar que no son capaces de decidir lo que quieren aprender, cómo lo quieren aprender y de qué forma prefieren aprenderlo.
    A fuerza de recibir órdenes, normas y castigos acaban aprendiendo que no son responsables y que no tienen la capacidad suficiente para estar solos.
    A fuerza de estar tanto tiempo en silencio acaban por aprender que ellos no tienen nada que decir.
    Por todo ello considero tan importante pensar en lo que se aprende mientras se aprende, en los efectos secundarios que tiene una determinada manera de organizar el aprendizaje. ¿No estamos cansados de ver cómo un profesor enseña algo de su asignatura y, por la forma de hacerlo, enseñar a odiar esa materia de por vida?
    Un individuo tenía un perro. El animal llevaba varios días inapetente, por lo que el dueño lo llevó al veterinario. Después de explorarlo convenientemente, el veterinario le recetó unas dosis e aceite de bacalao. Después de administrarle varios días la dosis, cuando el perro oía los pasos del amo, se escondía en la parte posterior de la caseta.. No le gustaba aquella operación. Pero el amo le cogía violentamente por el collar, le arrastraba por la fuerza hacia una sala, le metía la cabeza ente las piernas , le abría la boca por la fuerza y, con una cuchara, le metía dosis a la fuerza.
    Como al perro no le gustaba lo que cada día sucedía , forcejeaba con el amo, tratando de librarse de aquella tortura. Un día forcejó con tanta fuerza que el tarro que el amo tenía sobre las rodillas con el aceite de bacalao, cayó al suelo y fue rodando hasta el extremo de la habitación. El perro se desprendió apresuradamente del amo y fue corriendo a lamer el tarro. No es que no le gustase el aceite de bacalao. Lo que no le gustaba era la forma en que se lo daban.
    Las palabras de Winston Churchill resumen a la perfección estas líneas: “Me encanta aprender, pero me horroriza que me enseñen”. Claro, si en la enseñanza domina la memorización, el aburrimiento, la competitividad y las comparaciones odiosas.
    Interesante artículo de"El adarve"

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  4. amiga de los libros25 de octubre de 2010, 13:12

    Entonces, estará usted con Einsten, en la escuela y en la vida, la imaginación vale más que el conocimiento, ¿no?

    Un saludo, y gracias por pasarse a charlar.

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